José Jiménez Lozano: "El mayor daño que se hace a los chicos es robarles el idioma y la sensibilidad"

C. Combarros (Ical)/Valladolid
-

Premio Especial. El escritor abulense, afincado hace más de medio siglo en Alcazarén (Valladolid), asegura que «con el paso del tiempo las cosas se decantan, y al final lo que queda siempre son las personas»

El escritor Jiménez Lozano, en el despacho de su casa.

Tremendamente lúcido, mordaz y honesto en su vida y en su obra. Así es el escritor abulense José Jiménez Lozano (Langa, 1930), Premio Cervantes afincado en Alcazarén, un pequeño pueblo vallisoletano, hace más de 50 años. Su trayectoria literaria y periodística, su mirada diáfana a la realidad que nos rodea, a través de unos personajes que conservan y emanan sabiduría, le han hecho merecedor del Premio Especial Ical al Compromiso Humano, con el cual la Agencia Ical pone el broche a unos galardones con los que reconoce la aportación a la sociedad de diferentes personalidades de las nueve provincias de la Comunidad.

¿Qué recuerdos guarda de su infancia por Langa y Arévalo?

La tierra propia es algo que te influye mucho, qué duda cabe, aunque con el paso del tiempo las cosas se decantan y al final lo que queda siempre son las personas. De Arévalo, por ejemplo, uno recuerda cosas históricas importantes, como el colegio de los jesuitas, que fue el primer estudio latino y griego de España, o el convento trinitario del que salió fray Juan Gil, el libertador de Cervantes en Argel. Son cosas que te unen con la cultura, pero en el aspecto sentimental por encima de todo están siempre las personas.

Muchas veces ha comentado cómo le impresionaba llegar a Ávila cuando viajaba allí en autobús.

Eso impresionaba, sí. Los chicos entonces leíamos la historia de las cruzadas, y yo me imaginaba a los cruzados ahí, arriba en las murallas, defendiendo Constantinopla... Para mí, Ávila es más el Ávila fabuloso que yo tengo en mente que el Ávila real, que para mí consistía en ir a comer allí con mi abuelo los viernes.

¿Procede de un hogar lector?

No esencialmente. En mi casa, por norma, en las noches se rezaba el rosario, se jugaba a las cartas o se leía. Yo de chico más que lector fui un gran escuchante. Siempre leía cosas que estaban muy por encima de mí y que no entendía, pero eso me vino bien porque me hacían cavilar. Por ejemplo recuerdo que al leer sobre el samovar, la tetera rusa,  me imaginaba a un bicho que se movía. Luego las cosas no eran como yo pensaba pero aquello era lo de menos, lo importante es que me habían hecho cavilar. Todo ese trajín por un lado es lo que te hace feliz, y por otro te introduce al mundo de la cultura de verdad. Antes un campesino podía ir al Museo del Prado para ver ‘La maja desnuda’ de Goya por lo que tenía de picante, o el ‘Cristo crucificado’ de Velázquez por lo que le evocaba de su padre... Los hombres tenían una relación con la pintura y con la España de su época que hoy ya no existe.

¿Qué le hizo estudiar Derecho? Algunas biografías apuntan que también estudió Filosofía y Letras.

Estudiar Derecho era la manera de conseguir una plaza mediante una oposición, y como me gustaba la Filosofía, me pasaba mucho por la facultad como oyente a algunas clases, pero en Filosofía nunca me matriculé. Estudiarla era encaminarte a ser profesor y nunca me ha gustado la idea de ser profesor; siempre los he admirado, porque enseñar me parece el oficio más noble de este mundo, pero yo no me veía haciéndolo.

¿Y cómo llegó al periodismo?

El periodismo es un recurso literario. A ver cómo lo explico. El periodismo de entonces era distinto, en las redacciones se hablaba de política, de toros, de todo... Era realmente algo muy vivo. Como tenía claro que no estaba destinado a ser juez, pensé en hacer Periodismo.

¿Cómo le cambió su paso por la universidad?

Yo creo que a mí y a todos nos civilizó. Nos dio un sentido y nos transmitió no sólo conocimiento sino un modo de ser cercano a eso que se llamaba la cultura en serio. Todo eso se destruyó a finales de los años 60, cuando el ministro de Educación, José Luis Villar Palasí, para que al Estado le saliera más barata la financiación de la educación recibió una ayuda de la Unesco y ésta exigió que se aplicaran sus programas y nos puso a la altura de Ghana [en alusión a la Ley 14/1970, de 4 de agosto, General de Educación y Financiamiento de la Reforma Educativa, que introdujo la EGB, el BUP y la FP]. De ahí vienen las desdichas.

Tiempo atrás ha comentado que «la educación no corresponde a la escuela, sino a los padres o a la Iglesia».

La educación claro, otra cosa es la instrucción. La educación no puede darla el Estado ni quien mande, porque entonces estamos en un totalitarismo. Si la cultura del pueblo es lo mismo que la del Gobierno estamos ante un totalitarismo. Tienen que ser cosas distintas siempre. El resultado de una educación estatal puede verse en los dos grandes laicismos de la historia: el nazismo y el comunismo.

¿Cómo fue su llegada a la escritura? ¿Hubo alguna chispa concreta que empujara su vida en esa dirección?

Fue algo muy tardío. No recuerdo ningún detonante concreto, nada especial. Durante una temporada leí muchísimo sobre Port Royal y sobre el jansenismo, y empecé a escribir algo que nunca se ha publicado ni se publicará, porque no me gusta, titulado ‘Diálogos jansenistas’. Ahí le cogí el gusto a narrar, algo que probablemente surgió por mi gusto por los autores italianos. Yo no puedo decir quién ni dónde, pero cuando me explicaron la teoría de la navaja de Ockham me quedó muy claro: las cosas que pueden decirse con pocas palabras deben decirse con pocas palabras, las que se pueden pintar con poco trazos se deben pintar con pocos trazos, y así para todo. Eso es una realidad y lo demás es palabrería.

En muchas ocasiones se le ha definido como un humanista, ¿se ve dentro de esa etiqueta?

Eso es una cosa muy extraña. A Erasmo le llamaban humanista y él decía: nosotros ni somos griegos, ni romanos, ni cristianos ni nada. El humanismo es hablar de cosas del hombre, ser y vivir en el plano del hombre. Pero no se debe caer en el error de hablar del humanismo como algo elegante o propio de alguien que tiene una educación exquisita, porque algunos la tenían y eran jefes de campos de concentración, e incluso mucho antes algún humanista del Renacimiento ya se las traía. Por otra parte, en algunas ocasiones se habla de un humanismo cristiano, y eso es una contradicción porque el cristianismo no puede ser humanismo, si no sería una cosa de hombres.

Quizá se refieran con ello a cómo plantea a sus personajes, algo poco común hoy.

Hombre claro, porque no está de moda. Por eso tengo tan poca parroquia (ríe). La moda está en hablar de política o del sexo autónomo. Ya no se valora nada, y cada vez menos. Hoy no hay lectores porque los chicos no entienden. El mayor daño que se está haciendo a los chicos es robarles el idioma y la sensibilidad. Se está destruyendo el sentimiento humano. Decía Walter Benjamin que ya hemos acabado de contar este mundo, que no tiene más que morir. Por ejemplo, no hay más que comparar la información que había de sucesos en prensa hace 50 años con la actual: entonces había un jugo humano extraordinario, lleno de misericordia, y ahora se ha vuelto fría. El humanismo recordaba que el hombre tiene una cierta condición, una manera de comportarse y razonar que le diferencia del animal, pero ahora por definición apenas somos más complejos que un mono.

Sobre esta cuestión, en muchas ocasiones ha aludido a la experiencia que vivió el filósofo lituano Emmanuel Lévinas en un campo de concentración.

Sobre el humanismo y la tolerancia, Lévinas firma una de las páginas más hermosas de la filosofía contemporánea. Cuenta que cuando estuvo internado en un campo de concentración de los nazis por ser judío, durante varias semanas se sumó al pelotón de encarcelados un perro callejero que vivía en los alrededores, y que mientras los guardianes y la población civil les miraban y trataban como estiércol, el perro aparecía por las mañanas y era el único que les recibía como a personas, moviendo el rabo y aullando alegremente, algo que les recordaba que seguían siendo humanos. La tolerancia es simplemente soportar al otro como él me soporta a mí. Chocamos porque somos diferentes, pero no conviene olvidar que incluso un perro es capaz de reconocer el espíritu humano.

Ha comentado que el arte «permite la comunicación entre los hombres por encima de los siglos y las diversidades». ¿Ése es el papel fundamental de la cultura?

Es evidente, aunque parece que hoy se niegue y que sean precisas muchas mediaciones. El arte apenas necesita mediaciones y la escritura tampoco. Si le enseñamos a un chico a leer al Arcipreste de Hita se reirá, y si le enseñamos a leer ‘El Quijote’ también, pero siempre tendrá que leer cosas apropiadas para su edad; evidentemente no se puede pretender que un niño de siete años lea según qué cosas porque estaríamos rompiendo la continuidad de la cultura. El arte está por encima del tiempo, y eso permite que hoy podamos comprender perfectamente obras del siglo XII o que nos emocionemos con música del XVIII.