Michael Portillo, el maquinista de las dos vidas

Juan Carlos Huerta
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Durante años atesoró un gran protagonismo en la política británica dentro del Partido Conservador y junto a Margaret Thatcher. Retirado del gobierno y del parlamentarismo, este descendiente de un exiliado republicano abulense

El maquinista de las dos vida - Foto: Belén González

Hace frío en Madrigal de las Altas Torres. Quizás las temperaturas no sean de récord, pero sí la sensación, sobre todo cuando sopla el viento del norte, como la pasada semana; o cuando hay niebla, como esta mañana. Apenas se ve a cincuenta metros. En medio del silencio, unos pasos anuncian la presencia de un hombre que emerge entre la niebla. Su chaqueta y su corbata malvas derriten la bruma. Es un gentleman. Lleva un cuadro de aves esteparias bajo el brazo y, tras limpiarse las suelas de los mocasines en el felpudo, se adentra en la hospedería.

Se llama Michael Denzil Xavier Portillo (Bushey, Hertfordshire, Inglaterra, 1953), habla bien español, y ha sido tres veces ministro conservador en los gobiernos de Margaret Thatcher –de quien se dice que fue su delfín– y de John Major, además de ocupar otros altos cargos en el gobierno británico. Miembro de la Cámara de los Comunes y serio aspirante al liderazgo del partido conservador británico, es hoy uno de los periodistas de viajes más famosos del mundo. 

Michael Denzil Xavier Portillo ha estado en Ávila, invitado por la USAL, para hablar de su padre, Luis Gabriel Portillo Pérez, profesor de la Universidad de Salamanca en los años 30, nacido en Gimialcón en 1907, hijo primogénito entre 10 de Justino Portillo, médico que pronto se trasladaría a Madrigal de las Altas Torres, donde su familia echaría profundas raíces. «A mi padre le debo todo, el cariño a España (Michael tiene pasaporte español y británico), a su idioma, y también su devocional defensa de la democracia y del debate pacífico entre diferentes».

Luis Gabriel Portillo Pérez fue republicano, viceministro de Justicia con el peneuvista Manuel de Irujo en uno de los gobiernos tricolores de la Guerra Civil, católico practicante y pacifista irredento, proclive a conmutar penas de muerte contra viento y marea. «Se enfadaba si en casa matábamos una mosca o una araña. Nunca llevó armas». Se exilió en Inglaterra. Llegó pobre, triste y enfermo. «Como un Quijote», subraya su hijo Michael. Trabajó limpiando la nieve de las calles, desescombrando casas y construyendo pistas para los aviones de la RAF.

La madre de Michael Portillo, escocesa, quería aprender español, pero en el 37 improvisar un erasmus en España era una inadmisible imprudencia. Cora buscó con quién practicar aquel idioma extranjero que tanto le fascinaba y encontró una colonia de niños vascos enviados por sus padres lejos de las bombas y de las atrocidades de la Guerra Civil, los niños del buque Habana.

Las 4.000 criaturas partieron del puerto de Santurce el 21 de mayo de 1937 y fueron acogidas por el Reino Unido, a la sazón febrilmente concienciado por las noticias del bombardeo de Gernika llevado a cabo por la aviación nazi pocas semanas antes.

Recientemente, otro británico de nombre Michael y de apellido Robinson, afamado cronista en activo del fútbol español, dedicaba un documental a aquel contingente de críos y adolescentes del vapor Habana, del que salieron los primeros futbolistas españoles que jugaron en la liga inglesa, como el histórico Emilio Aldecoa.

Luis Gabriel Portillo Pérez encontró empleo en aquella singular colonia infantil de Oxford y allí conoció a Cora. «Sin el bombardeo de Guernica, yo no existiría», subraya Michael Portillo. Su familia aún mantiene relación con aquellos niños de la guerra, hoy octogenarios. «Seguimos siendo amigos de muchos ellos».

Luis Portillo Pérez se hizo un hueco en el mundo del periodismo inglés, cultivando su permanente amor a la escritura y a la literatura, con claras inclinaciones poéticas. «Sufría porque no podía expresarse plenamente en inglés», enfatiza Michael. Soñaba con regresar a España, a su Salamanca querida. Se relacionó con el escritor español Arturo Barea y con George Orwell y en aquel contexto escribió en la revista Horizon la crónica del celebérrimo incidente entre Millán Astray, fundador de la Legión, y Miguel de Unamuno, amigo de Portillo Pérez en la ciudad charra y todo un héroe para él.

Luis Gabriel no fue testigo directo de lo sucedido en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, pero trasladó con licencia literaria el enfrentamiento entre aquellos dos hombres que representaban, no las dos Españas de la tradición y la revolución, del azul y del rojo, sino las dos Españas, los dos mundos, los dos universos de la dialéctica entre la fuerza bruta y el humanismo, entre la barbarie y la razón.

No está claro ni que el fracturado general que se sentía un samurái gritara aquello de «¡Muera la inteligencia!», ni que Unamuno le replicara con el aforismo «Venceréis, pero no convenceréis». De cualquier manera, el relato del padre de Michael, de nuestro Michael Portillo, se divulgó gracias al hispanista británico Hugh Thomas a través de su emblemática obra La Guerra Civil Española, publicada en 1961. Dicha narración se mantiene actualmente tan viva que hasta hay en marcha una película de Amenábar y una coproducción del Teatro de la Abadía, la Universidad de Salamanca y la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes sobre la acalorada trifulca del paraninfo, esculpida en los anales de nuestra Guerra Civil. 

Precisamente, en el acto de Ávila al que ha sido invitado Michael Portillo, el político y periodista inglés ha entregado al vicerrector de la Universidad de Salamanca, Enrique Cabero, un ejemplar original de la mencionada revista Horizon, con aquella crónica histórica del incidente para que la USAL lo incorpore a sus tesoros bibliográficos.

¿Cómo llevaba su padre, un hombre de izquierdas, que le saliera un hijo tan de derechas?

En mi casa éramos laboristas y yo mismo también lo fui en la juventud, hasta que comencé mis estudios de Historia en Cambridge. Creo que las ideas de mis profesores y el contacto con mis compañeros influyó en mi evolución; también los derroteros que había tomado un laborismo en manos de los sindicatos; pero, sobre todo, la elección de una mujer, Margaret Thatcher, al frente del Partido Conservador nada más y nada menos que en 1975, en aquellos tiempos… Mi padre, por entonces, empezó a perder la memoria, pero estoy convencido de que el viraje político que experimenté no le hubiera parecido mal, porque era un demócrata.

Cuéntenos algo que humanice a Margaret Thatcher, a la que conoció muy bien y a la que siempre se la motejó como Dama de Hierro. 

Lo que me chocó de aquella mujer, lo que me interesó en su caso, es que en cualquier tema ella sabía siempre cuál era su opinión. ¿Por qué? Porque todo estaba basado en tres principios que venían desde su infancia. Primero, su padre tenía una tienda de ultramarinos. Ella servía al público con 14 o 16 años y tenía una relación muy directa con la gente, con la clase trabajadora, y cuando yo la conocí, que era cuando Margaret ya había subido a lo alto en política, ella sabía el precio de todo. Por ejemplo, me comentaba con minuciosidad sorprendente cuánto había subido la mantequilla esa semana, y lo hacía marca por marca, ésta catorce peniques, ésta dieciséis peniques… Yo no he conocido nunca otro político que tuviera un enlace tan directo con el pueblo.

En segundo lugar, su padre era su héroe, un hombre que había sido alcalde de una pequeña ciudad. De él aprendió a sentirse atraída por el servicio público. El tercer principio es que era muy consciente de un hecho histórico: el Reino Unido había entrado en la Segunda Guerra Mundial, y había estado solo hasta 1941 defendiendo la democracia en Europa, mientras que todos los otros países del continente eran presa de la desgracia en forma de fascismo, nazismo o comunismo.

residencia en españa. A Michael y a su esposa Carolyn Eadie, que discretamente nos acompaña en la entrevista, les gusta mucho España, donde han comprado una vivienda, no en Ávila, por eso del frío, pero sí en Carmona, Sevilla, donde disfrutan de la tranquilidad, del sol y de las amistades.

Usted también ocupó importantes responsabilidades en el gobierno de John Major. ¿Le hablaba de Ávila, de Candeleda? ¿Sabe que él disfrutaba regularmente de semanas de descanso y retiro en este pueblo del Valle del Tiétar?

Sí, sí, lo sé muy bien. Eso fue por otro diputado conservador galés, que pasó parte de su infancia en España, y que se casó con una española, con la que compró una casa en Ávila y, como era amigo de Major, le recomendó Candeleda. Hemos ido a Candeleda, a esa casa, y nos agradaba mucho.

Apartado de la política desde hace algunos años, Michael Portillo protagoniza una serie de documentales televisivos basados en las Guías Bradshaw, libros de itinerarios en ferrocarril por todo el mundo, publicados desde mediados del siglo XIX. Lleva diez años grabando y disfrutando de los viajes y ha presentado 300 programas, parte de los cuales se emiten en la actualidad en TVE y en el canal temático Viajar. 

Michael, ¿si volviera a nacer qué escogería, la Cámara de los Comunes o la cámara de televisión y un tren?

Yo he tenido la suerte de tener dos vidas. En Inglaterra se dice del fútbol que es un juego de dos mitades y así ha sido mi vida, de dos mitades. He gozado muchísimo de las dos. Le puedo decir que en lo que hago ahora en la televisión hay mucho menos estrés, y el estrés que uno quiere tener con 40 o 50 años es distinto al que uno acepta luego.

De todos los viajes a lo largo de su vida recuerda siempre los que realizó en los años 50 para conocer a su familia española, el país y el idioma; así como el de 1999, que fue el primero en tren con formato documental, «con la historia de mi padre en España». 

¿Tras recorrer el mundo, uno saca alguna conclusión sobre la condición humana?

Mi conclusión es muy positiva, porque en todos los sitios donde voy me encuentro con la mejor gente; gente entusiasta, gente apasionada por su pueblo, su país, por su historia. También contamos episodios tristes del pasado, pero en general es una impresión muy positiva. Y si los programas han tenido éxito es, en parte, porque son espacios para el optimismo. Los nuestros no son programas cínicos ni sarcásticos. 

¿Un viaje inolvidable?

Bueno, creo que me voy a acordar bien de hoy.

¿Y un tópico sobre España?

Le citaría una diferencia grandísima de cultura entre mis dos países (en referencia a Reino Unido y España). Los ingleses planifican su calendario, su horario con meses de antelación. Yo puedo decirte casi con seguridad lo que voy a hacer el 15 de octubre de este año. Nosotros damos alguna fiesta en Carmona, por ejemplo, y nuestros amigos españoles nos responden con un emoticono o un «ya veremos». No nos molesta, nos hace reír. Esa es una diferencia de cultura evidente.

El gentleman que surgió de la niebla, el hombre de los modales refinados y el caminar seguro, ha entrado en la hospedería madrigaleña y ha colgado en la habitación el lienzo que portaba, como si fuera su casa. Piensa volver. 

¿Qué diría Bradshaw de Madrigal de las Altas Torres?

Bueno, primero diría: «No tiene estación y nunca ha tenido estación. Se llega desde Medina del Campo», de la cual detallaría que es «un pueblo muy importante para los ferrocarriles porque allí se cruzan varias líneas de tren». De Madrigal seguiría diciendo que «tiene una muralla importante y que aquí nació la reina Isabel la Católica». Y espero que dijese también: «Aquí pasó su infancia Luis Gabriel Portillo Pérez».