Óperas infantiles para adultos

Ilia Galán
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El Real apuesta por la reconversión de célebres montajes como 'La flauta mágica', de Mozart, o 'El retablo de Maese Pedro', de Falla

 
Una de las más célebres óperas de la historia, La flauta mágica de Mozart, estrenada en un arrabal inculto y en un género pariente de la zarzuela, el singspiel, con partes habladas, permite las más osadas y sorprendentes puestas en escena. Siendo obra para adultos bien puede serlo para niños; de hecho, mi hija, con unos nueve años, se aficionó a la ópera gracias a ella.
El montaje escenográfico del Teatro Real ha merecido, sin duda, buena acogida. Los efectos visuales, entrando incluso entre los dibujos animados de la novia cadáver, a lo Tim Burton, son tan arriesgados que en fotografía parecen infantiles pero, en directo, las proyecciones asombran. Lástima que hayan cercenado tanto los pasajes hablados en resúmenes, amparados con mozartianos acordes de otras piezas al pianoforte. 
El sugerente texto de Schikaneder queda amputado, como si quienes hoy acuden al espectáculo fueran menos inteligentes que entonces. Triste costumbre la no respetar a los genios, corrigiéndolos. 
Cuando suena la flauta, ésta no aparece sino con forma de campanillas; cuando se habla de la piel oscura de Monostatos, resplandece su tez pintada de blanco. A cambio, brillantes juegos nos hacen entrar en un mundo simbólico que elevó el nivel de lo cómico hasta la cumbre intelectual como hizo Cervantes con su obra maestra.
La puesta en escena, con un Papageno a lo Buster Keaton, un Monostatos-Nosferatu y las damas como bailarinas de charlestón de los años 20 no impide que esta comedia sea honda, una graciosa parábola sobre un mundo que debe ser mejorado. Es un grupo que se ayuda para transformar la sociedad por medio de la virtud: «la verdad aunque sea un delito»; ante la tiranía de las pelucas, los sabios triunfarán. «El amanecer destruirá el poder de los hipócritas que habían usurpado la virtud y la sabiduría». 
Con chistera o disfrazado de ridículos lobos, cuando canta el coro en los laterales, apenas se deja ver. La tesitura de Sarastro, del bajo Christof Fischesser, asombrosa. Bien Ana Durlovski, como reina de la noche, y especialísima Sophie Bevan, como Pamina, desarrollando exquisitas, refinadísimas modulaciones.
El retablo de Maese Pedro, de Falla, con su fabuloso montaje, ha permitido ir con niños y que los adultos queden entusiasmados. Sin llegar a una hora, esta obra se ha organizado colocando la orquesta delante, bien visible, para que disfruten con la introducción y luego, a un lado, los cantantes. El clave, como centro de operaciones, y detrás la mágica disposición de un teatro dentro del teatro donde Don Quijote confunde realidad y ficción, entrando en combate con las marionetas. El ingenioso hidalgo y sus compañeros son estatuas colosales de bronce y mueven incluso bocas y ojos, con exquisito gusto dispuestas y un tamaño de casi tres pisos de altura. Acorde con la Gesamtkunst wagneriana, esta escenificación nos hace disfrutar con todos los sentidos. La metáfora libera los sueños y rompe los ajenos, es real o imaginaria, así es el teatro y más el Real. El canto final de Don Quijote, entre una simulación de fuego y humo de libros fue excelente arrebato de Isidro Anaya. 
Resulta así fácil acudir de las de ciudades que rodean la capital a pasar un fin de semana y disfrutar de la ópera para adultos que pueden ver los niños y la de los niños que puede encandilar a adultos.
El caballero de la triste figura, de Tomás Marco, ópera de cámara, también volvió a escena para conmemorar los cuatro siglos de la muerte del universal escritor, con un barítono, Alfredo García, que brilló con su actuación y poderosa voz de hidalgo manchego.
El compositor vanguardista ha evolucionado realzando las secuencias rítmicas de cuerdas y enriqueciendo la percusión, retomando motivos y otorgando comprensibles unidades sonoras al público, y así ha logrado un lleno total, asombroso.