Subido a  lomos de su caballo, el  ganadero Andrés Torres González contemplaba satisfecho desde el alto del puerto El Pico cómo las 440 vacas que acababan de subir por la Calzada Romana pastaban ya en la verde pradera que encontraron arriba. La estampa que este joven de Navarredonda de Gredos tenía ante sus ojos este sábado bien podía ser la metáfora de la dura y apasionante tarea que para él y su familia representa la trashumancia, una práctica ancestral que ellos siguen realizando a pie para trasladar al ganado a Extremadura en otoño y regresar de allí cuando, como ahora, está a punto de entrar el verano.
Él, su hermano Diego, su padre y sus tíos partieron con el ganado hace  diecisiete días desde fincas  situadas en la comarca de Mérida, y después de recorrer «unos trescientos kilómetros» junto al ganado por cordeles y cañadas al fin llegaron este sábado a la Sierra de Gredos. Aunque solo tiene 26 años, a Andrés la trashumancia casi le corre por las venas. «Mi hermano y yo llevamos haciéndola desde que éramos unos críos, lo hacemos encantados porque es lo que nos gusta», comenta sin bajar del caballo. Para él, lo mejor de las extenuantes jornadas al aire libre siempre pendientes de las reses es «estar con la familia y con el ganado en el campo, ver prosperar a las vacas que tú mismo has criado y mejorar la raza», confiesa.

Aprovechando la llegada de las reses al puerto El Pico volvieron a celebrarse este sábado las XIII  Jornadas de Trashumancia, una auténtica fiesta a la que asistió más de un millar de personas dispuestas a contemplar in situ esta costumbre ancestral que  familias como la de Andrés Torres se empeña en mantener intacta.  Con la música de la dulzaina y el tamboril confundiéndose con los mugidos de las vacas y el sonido de los cencerros, curiosos llegados de distintos puntos, vecinos de la zona, ganaderos y otros profesionales vinculados al sector pasaron una agradable jornada que se repetirá este viernes.

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