Vocablos irrenunciables

David Casillas
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El escritor Adolfo Yáñez publica el libro 'Palabras que no lleva el viento', reflexiones sobre una selección de términos «no efímeros y que jamás se vacían de sustancia»

Adolfo Yáñez posa con su libro. - Foto: David Castro

Tras cuatro años de ‘silencio’ editorial, el que siguió a su más que interesante Heterodoxos y olvidados – una acertada reivindicación de una serie de personajes históricos interesadamente dejados en la penumbra o en la más absoluta oscuridad por los constructores de la cultura oficial porque su discurso no cuadró con los posicionamientos luego oficiales–, el escritor abulense Adolfo Yáñez acaba de publicar el libro Palabras que no lleva el viento. Reflexiones laicas (también en Editorial Laberinto), un recorrido introspectivo y sincero por una realidad que nos toca hondo y de cerca a través de una serie de vocablos de fuerza rotunda y presencia constante, que no pasan de moda ni desapercibidos porque «tienen peso, permanecen de continuo, no se los lleva el viento» y «no son efímeros ni jamás se vacían de sustancia».

Centenar y medio son las palabras elegidas por Adolfo Yáñez para dibujar en este libro un mapa de su pensamiento que se mueve entre el ‘agnosticismo’ y el ‘yo’, encontrándose con otros motivos de reflexión irrenunciables como el ‘amor’, el ‘arte’, la ‘conciencia’, el ‘diálogo’, la ‘familia’, ‘dios’, la ‘igualdad’, el ‘mal’, el ‘miedo’, el ‘poder’, el ‘silencio’ o la ‘vida’.

Auxiliado por una sólida base cultural, Adolfo Yáñez pone en pie un bagaje teórico personal pero perfectamente compartible, en ningún momento desconectado de la realidad porque por mucho que mire alto siempre mantiene los pies en el suelo, en el que a través de esas «palabras con sustancia», las que consideró «las mejores para delimitar ideológicamente nuestra vida», crea un trabajo que le ha servido tanto «para conocerme mejor a mí mismo al haber creado un reflejo de lo que hoy pienso» como para «invitar al lector a contrastar mis reflexiones con las suyas».

El libro, explica Yáñez, es fruto «de un trabajo reposado, pensado durante mucho tiempo» y ejecutado en «cuatro años de una labor intensa» en el que ha descubierto, entre otras cosas, que «las palabras en sí mismas no significan nada, son algo vacío si no están impregnadas de humanidad».

Ante el pregunta de si sería capaz de quedarse con una sola palabra de entre todas esas que ha volcado en su libro, comenta Yáñez que no lo haría «porque elegir una sola sería como quedarse encerrado en ella, y yo lo que creo que es de verdad interesante es contar con muchas, que es como vivir sin estar limitado».

A la hora de elegir las palabras que forman el libro, explica, lo hizo «optando instintivamente por las que me parecían más sustanciosas, y tengo la impresión de que mucha gente coincidiría con una buena parte de ellas si tuviese que elegir», acertada nómina de verbos a la que se suma, si así puede decirse, el valor de «algunas palabras que no se encuentran pero que sí están implícitas en el libro».

Especial importancia otorga Adolfo Yáñez al subtítulo de libro, Reflexiones laicas, un apéndice al título que es muy relevante porque «en un país hasta hace muy poco preñado de Dios ahora la visión que se tiene de Dios es muy variopinta, y considero que es bueno buscar la variedad del laicismo, que en absoluto es fobia de lo sagrado sino libertad para poder pensar y creer en conciencia, dando libertad a los demás sin imponerles nada». Es por eso, añade, que «desde la tolerancia y la libertad me acerco a temas que sé que son muy delicados y por eso lo hago sin dogmas de ningún tipo», un trabajo muy reflexivo en el que, finaliza, «lo que más me ha preocupado es no ser hiriente con nadie con mis ideas al tiempo que no traicionar mis ideas y convicciones».

prólogo. Manifiesta asimismo el autor de Palabras que no lleva el viento sentirse «muy feliz y honradísimo» de que José Luis Abellán, «uno de los principales historiadores actuales de las ideas en España», le haya prologado el libro, no sólo «por la altura intelectual que tiene quien fuese miembro del Comité Ejecutivo de la Unesco y presidente del Ateneo de Madrid sino también por «la intensa relación que tiene con Ávila».

En ese anticipo del contenido Abellán destaca, entre otros valores, que «la neutralidad axiológica impregna todo el libro, constituyéndose como principal objetivo doctrinal del mismo».