«La esperanza no nos la dan hecha, por eso hay que lucharla»

David Casillas
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Jesús Carrasco presenta este jueves en Ávila la novela 'La tierra que pisamos'

 
Tres años después de ser descubierto como un magnífico valor de la literatura española gracias a Intemperie,  novela de una calidad enorme y una fuerza arrebatadora no exenta de dureza, Jesús Carrasco ha vuelto a las librerías con una nueva obra, La tierra que pisamos (Seix Barral), con la cual evidencia que el alto nivel con el que se estrenaba, ése que es capaz de apasionar a los lectores más exigentes, era rotundamente cierto y que aquel destello no fue casualidad porque vuelve a brillar con fuerza. En esta nueva obra, que su autor presenta este jueves en el Episcopio a partir de las 20,00 horas, Carrasco habla de las barbaries que es capaz de cometer el ser humano en nombre del poder y de cómo hay gente que, a pesar de todo, es capaz de no perder los valores de la dignidad y la humanidad. 
Comienza uno a leer La tierra que pisamos y el aliento de Intemperie sale de inmediato al paso, ¿es su estilo o que los lectores queremos ver paralelismos?
Me han dicho varias personas que esta nueva novela se parece mucho a mí mismo. Estilísticamente es normal, al margen de que puedas cambiar de tema, de estructura o de planteamiento narrativo, porque la voz es la mía, y eso es difícil de cambiar.
Muy lírica, muy contenida, ¿vuelve a insistir en su empeño de decir  muchas cosas con pocas palabras?
Es uno de los principios de los que parto. Intento que la narración esté equilibrada, que aporte significado, contenido, emoción y todo lo que no puede faltar en una obra literaria, y además con las páginas justas, porque creo que someter a un lector a darle a leer 500 ó 600 páginas, pedirle que te dedique tanto tiempo, tiene que estar muy justificado. Por eso intento entregar la cantidad justa de páginas para decir lo que quiero decir, y para mí eso es importante, como escritor y también como lector.
¿Podríamos decir que el tema principal de la novela es el dolor de los inocentes?
Es un tema que me preocupa mucho. Veo la situación de vulnerabilidad de las personas, de cualquiera de nosotros, porque entiendo que nadie nace fuerte e invencible sino que todos en algún momento somos especialmente vulnerables, y esas situaciones de debilidad me interesan mucho para mi trabajo creativo. En el caso de esta novela, y también en el de Intemperie, esa vulnerabilidad está llevada al extremo, hay vocación de dramatizarlo, de llevar al personaje hasta un lugar límite, para que allí me digan de qué madera están hechos, sin son dignos, si son viles, si son crueles, si son nobles. Por eso les pongo en esas situaciones tan difíciles.
Aquí la presión la pone un imperio que domina Europa, una dictadura que no ha querido identificar con ninguna ¿quizás para que sirva para abarcarlas a todas?
He querido generar un imperio en un contexto político digamos que reconocible, que no sea una invención al estilo de la ciencia-ficción donde todos los parámetros son nuevos. No quería que fuera ninguno de los imperios europeos conocidos, ni el nazi, ni el de Stalin, ni el inglés del XIX, no quería ninguno de ellos porque no buscaba hacer una novela histórica, pero al mismo tiempo tampoco quería hacer política-ficción, sino que el lector sintiera imágenes reconocibles.
En cualquier caso, todos los imperios se parecen demasiado en lo malo.
Claro, porque en realidad de lo que hablamos es de totalitarismo, y ahí da igual que tome una forma fascista o comunista, que esté en el siglo XIX o en el XIII; al final es un poder que se impone sobre las personas, sobre las identidades particulares y las somete, las aniquila.
Leva, el protagonista, un hombre que opta por no hablar una vez que es convertido en esclavo de ese imperio, ¿es quizás una metáfora de que el silencio es a veces la forma más rotunda y elocuente de rebelarse contra algo?
Bueno, en el caso de Leva su silencio es consecuencia de su cautiverio, de la peripecia que ha sufrido. Lo que quería con ese silencio es que no fuera él quien nos contara su historia sino que lo hiciera otra persona, una voz interpuesta que en este caso es la de Eva, quería que alguien distinto narrara su vida pasada para generar una ficción dentro de la ficción; pero sí que es cierto que el silencio bien contextualizado y bien entendido puede ser el más elocuente de los gritos, igual que el pacifismo de Gandhi fue capaz de conseguir la independencia de la India. No es intención de Leva que con su silencio la vida de Eva se transforme, pero desde luego lo consigue, y seguramente de una manera más rápida y más eficaz que si le contara su historia con palabras. De cualquier manera Eva se ve obligada a acercarse a él, a intentar desentrañarle, a comprender su silencio.
Eva, la narradora de la historia, es una especie de detective y, además, quizás la que guarda mayor dignidad, ¿es una metáfora de tanta gente que se da cuenta demasiado tarde de que podría haber hecho cosas mejores?
Puede que sí. Yo creo que Eva es el personaje que más se parece a la persona media, ni héroes ni villanos, a los que llevamos una vida normal y que intentamos entender el mundo según se va produciendo. A veces nos equivocamos, a veces no tomamos el camino del heroísmo sino simplemente el de la supervivencia, y en su caso es algo así; ella ha vivido bajo unas normas muy estrictas en su sociedad, como ciudadana y como mujer, y llega un momento de su vida, cuando ya no tiene por qué mantener las máscaras, en el que decide tomar el camino de la consciencia, gracias a la presencia de Leva. Creo que es alguien que decide llevar su vida a mejor, una persona contradictoria que no siempre lo tiene claro, que duda, que jamás parecerá un héroe aunque sea una persona con cierto brillo de nobleza; es una persona ambigua como somos la mayoría, o al menos contradictorios. No conozco a nadie de una sola pieza.
Cuando describe la forma en la que el imperio invasor trata a sus dominados cuenta que les deja «juntos todos ellos, pero solos». ¿El principal éxito de cualquier régimen totalitario es disgregar al grupo y aislar a cada uno de sus miembros?
Por supuesto. Creo además que es una herramienta que se extiende a cualquier sector social: donde hay un poder y unos ciudadanos que asisten a ese poder hay esa intención. Cualquier grupo que se disgregue es más débil, es mucho más fácil dominar individualidades que a grupos que vienen a hacer rindas cuentas al poder. En realidad es una estrategia muy conocida por parte del poder, sea el que sea, y siempre habrá esa tensión entre los ciudadanos y el poder. En el caso del totalitarismo es evidente que es así, porque siempre que nos tengan separados, a cada uno en su cubículo, seremos más fácilmente manipulables.
A pesar de todo, ¿siempre queda un lugar para el optimismo?
Más que optimismo yo hablaría de que hay lugar para la esperanza. El optimismo a veces es una sensación quizás demasiado dulcificada o demasiado artificiosa de una visión positiva del mundo, y por eso prefiero hablar de esperanza; pero tampoco lo digo yo, el ser humano ha demostrado muchas veces a lo largo de la historia que ha sabido salir adelante, hemos llegado hasta aquí después de miles de años de penurias, de guerras, de todo tipo de vilezas, y seguimos generando una grandeza espiritual en el sentido de logros en derechos humanos y en la dignidad de las personas que no hemos conocido hasta ahora. Por eso creo que hay lugar para la esperanza, tanto en esta novela como en Intemperie, por mucho que sea una esperanza que no se nos presenta de frente  sino que hay que buscarla, rascarla entre las dificultades, pero ahí está... no nos la dan hecha y por eso hay que lucharla.