Tristeza y melancolía no las quiero en casa mía. Con esta frase Santa Teresa alababa la necesidad de la alegría en la vida, por lo que seguramente hubiera estado encantada de conocer a Antonio Gil Adrados y Camino Martitegui Delgado, dos niños de siete años de edad que, como ella hizo en su día, se lanzaron a la aventura, en su caso para realizar el recorrido de la ruta ‘De la cuna al sepulcro’.

Puede que aún no conozcan todos los detalles de la vida de la Santa, ni lo que llegó a suponer para el mundo de la religión o la literatura, pero sí que pueden enseñar con orgullo (y alguna que otra sonrisa escondida) la credencial que avala un recorrido de más de cien kilómetros entre Ávila y Alba de Tormes, esas ciudades que supusieron el inicio y el fin de la vida de Santa Teresa.

De esta experiencia tienen mucho que contar y como niños que son lo hacen atropelladamente, saltando de una anécdota a otra, interrumpiéndose pero también cómplices en lo que cada uno de los pasos dejó en su mochila. Una mochila que en algunos momentos pesaba en un camino en el que «parecía que los pueblos se movían», comenta resuelta Camino cuando recuerda lo dura que se hizo la última etapa del recorrido.

Para superar esos momentos contaban con la compañía y cuidado de Manuel Gil, padre de Antonio, quien resalta que cuando se lo propuso a su hijo no tenía muchas esperanzas pero el niño se mostró encantado con ir y llevar a su amiga.

Cuando llegó el momento de comenzar a caminar la primera etapa se hizo dura porque eran más de 20 kilómetros pero los niños superaron la prueba con creces y así fue pasando con el resto de etapas, que hicieron en fines de semana y festivos, y a cuya finalización aún les quedaba tiempo para ir a jugar al parque.

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