«Dulcinea no es una mujer sino un lugar en el que Cervantes se enamoró»

David Casillas
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La periodista y escritora Ángela Rodicio presentó en Ávila su libro 'Dulcinium: el amor perdido de Cervantes', un trabajo en el que realiza una interesante «investigación literaria»

 
La periodista y escritora Ángela Rodicio fue la protagonista este jueves de la cita del programa de actividades organizado por el Ayuntamiento de Ávila para celebrar con la máxima generosidad e implicación posible el Día del Libro, una efemérides especialmente centrada este año en la figura de Miguel de Cervantes y a la que esta autora gallega vino con las manos llenas para presentar un libro en el que plantea una teoría tan literaria como inspirada y, por qué no, hermosa: la de que Dulcinea, el acendrado e imaginario amor del orate Don Quijote, «no es una mujer sino un lugar frente al mar Adriático» en el que el manco de Lepanto sufrió cautiverio… y enamoramiento.
En Dulcinium: el amor perdido de Cervantes, que ése es el título del libro en cuestión, realiza Ángela Rodicio «una especie de investigación literaria» que se sostiene sobre esa teoría de que «Dulcinea no sería una persona sino un lugar que se llama Dulcinium que se encuentra en la costa adriática, en Montenegro, en la frontera con Albania, un enclave que se llamaba así en la época de los romanos» y que para los montenegrinos es la ciudad de Ulcinj.
El libro, explicó su autora, comenzó a nacer en abril de 1999, cuando estuvo en Ulcinj trabajando como periodista «para cubrir la campaña militar de la OTAN contra los serbios. Estaba haciendo una crónica sobre los refugiados albaneses de Kosovo, y cuál no sería mi sorpresa cuando todo el mundo, al saber que yo era española, me contaba  que en una fortaleza que hay allí estuvo Cervantes prisionero, y de hecho hay un lugar allí que todavía se llama la plaza de Cervantes. Me quedé con una idea que hizo nacer en mí esa historia de 400 años que se ha ido pasando oralmente de generación en generación, pensamiento que se convirtió una especie de pulso, porque le he estado todos estos años como incubando, y al final lo escribí».
El libro, añadió, es por eso «una especie de investigación literaria y también de pesquisa para saber si eso podía haber sido posible, y creo que el resultado al final es que sí, que Dulcinea no era una mujer del Toboso sino Dulcinium, un lugar idealizado por Cervantes en donde, según cuentan aún hoy las gentes que allí viven, el autor del Quijote se enamoró cuando estaba prisionero, un enclave de los corsarios de la época que justo en el mismo año de la batalla de Lepanto, en 1571, pasó de manos venecianas a otomanas».
En aquel estratégico y hermoso enclave histórico, añadió Ángela Rodicio, «todavía te cuentan que Cervantes, cuando estuvo allí cautivo, se había enamorado de la hija del gobernador otomano de aquel lugar estratégico, el bey», una tradición que la escritora cree que tiene alguna referencia explícita en el Quijote, ya que «la primera vez que se habla de Dulcinea se dice que es un nombre musical, peregrino y significativo, que me parece que es otra clave de lectura de esa gran novela». 
También cree Ángela Rodicio que la teoría que plantea en su libro está apoyada por el hecho de que, en esa estructura como la de las Mil y una noches que tiene el Quijote, con historias dentro de la historia principal, «la del cautivo es totalmente autobiográfica y al final el prisionero de la historia se trae a España a Zoraida, que es un poco la hija del bey, y es el único relato del Quijote que acaba bien».
Otra clave de lectura del Quijote que propuso Ángela Rodicio fue la de «la transliteración que Cervantes hace entre Dulcinea del Toboso, que es una patana, una ignorante que está con los cerdos todo el día, con lo que era la España de la época para él; además, planta la historia en La Mancha, que era como el desierto entre Madrid y Sevilla, que eran como los dos puntos cardinales de la España de la época».   
En la antigua Dulcinium, apuntó finalmente Ángela Rodicio, se conserva aún «una monumental  fortaleza» que da fe de la importancia que tuvo esa ciudad que «en tiempos de los romanos estaba en la vía Ignatia, que era la que unía Oriente con Occidente, Roma con Constantinopla».