La agonía del sueño

C.C. (Ical)
-

La quema de Medina encendió los ánimos en Castilla y los pueblos se levantaron, mientras los comuneros intentaban ganar para la causa a la reina Juana que dio la espalda al movimiento condenando al fracaso la revolución

Vista desde una de las torres del castillo de Torrelobatón. - Foto: E.M. (Ical)

 

Pocos días después de la quema de Medina, las tropas comuneras llegaban a la villa vallisoletana con Padilla, Zapata y Juan Bravo a la cabeza. Los medinenses les recibían «con pendones y banderas de luto» en un espectáculo desolador. «Era lastimoso espectáculo ver un pueblo tan rico y tan famoso por sus cambios hecho ceniza», relataba Diego de Colmenares en su ‘Historia de la insigne ciudad de Segovia’.
 
Para que nunca se olvidara el sacrificio realizado por sus vecinos de Medina, los segovianos pusieron nombre a la actual Plaza de Medina del Campo y allí, al lado de la escultura dedicada a Juan Bravo en la calle que lleva su nombre, figura una placa de cerámica donde se transcribe la carta del Concejo de Segovia firmada el 23 de agosto de 1520, donde se informaba de los trágicos acontecimientos: «Antonio Fonseca ha quemado toda esa muy leal villa de Medina. También sabemos que no fue otra la ocasión de su quema sino porque no quiso dar la artillería para destruir Segovia. Dios nuestro señor sea testigo, que si se quemaron de esa villa las casas, a nosotros abrasaron las entrañas y que quisiéramos más perder las vidas, que no se perdieran tantas haciendas, pero tened señores por cierto, que pues Medina se perdió por Segovia, o de Segovia no quedará memoria, o Segovia vengará la injuria de Medina».
 
La escultura de Juan Bravo, realizada por el segoviano Aniceto Marinas, se encuentra frente al espacio que originalmente ocupó la casa de Juan Bravo, ocupado actualmente por el Hotel Sirenas. Marinas concluyó la escultura en 1922, y el 20 de junio de ese mismo año se inauguró con gran boato en la citada Plaza de Medina del Campo, para conmemorar el cuarto centenario del desenlace de la Guerra de las Comunidades.
 El incendio de Medina provocó la reacción y el levantamiento de numerosas ciudades en Castilla, y desembocó en el establecimiento de la sede de las Comunidades en Valladolid, desde donde el movimiento prosiguió ganando fuerza. El sentimiento comunero está aún hoy bien vivo en Medina, donde se asienta la Asociación Comunera Hacia Medina del Campo, que preside Chari Martín Zurdo desde el pasado septiembre.  «Intentamos que la gente de Medina sea consciente de lo que aquí sucedió. En mi opinión, lo más importante de todo fue la solidaridad del pueblo de Medina hacia el pueblo de Segovia y la unión que demostró. Se opuso a que esos cañones se utilizaran contra otros vecinos, y fue una decisión del pueblo, ya que el alcaide era partidario de entregar la artillería».
 
Hacia tordesillas. Tras recorrer las calles arrasadas de Medina del Campo, y con el fervor desatado en la meseta castellana por la causa comunera ante la actuación realista, los líderes comuneros se desplazaron ese mismo día hasta el próximo municipio vallisoletano de Tordesillas, donde Felipe el Hermoso había mandado recluir en 1509 a su esposa, Juana, en un mandato renovado años después por el hijo de ambos, el emperador Carlos.
 
La exaltación popular había llegado también a Tordesillas, donde el pueblo obligó al marqués de Denia, Bernardo Gómez de Sandoval y Mendoza, a gestionar un encuentro de la reina Juana con los cabecillas de la revuelta. Pocos días después, Juan de Padilla se reunió con la reina, «que le oyó apacible y mandó usar el cargo de capitán general». Tras recibir la aprobación de la reina, la Junta de Ávila doblegó esfuerzos para intentar demostrar que la locura de Juana era una farsa y devolverle el trono.
 
Días después, el 1 de septiembre, Padilla, acompañado esta vez por Bravo y Juan de Zapata, volvió a entrevistarse con la reina, que dio su aprobación al traslado de la Junta a Tordesillas, y el 19 de septiembre llegó a la localidad una representación de catorce de las 18 ciudades con derecho a voto en las Cortes (con la única ausencia de las cuatro andaluzas: Sevilla, Granada, Córdoba y Jaén). El 24 de septiembre, se celebraba en presencia de la reina una sesión extraordinaria de las Cortes, donde el doctor Alonso de Zúñiga «expuso el estado de las cosas, la justa razón de quejarse de los ministros extranjeros y la gran necesidad de remedio», en palabras de Colmenares.
 
La aprobación de la reina desató la euforia en las tropas comuneras, y el miedo en los realistas, que veían como una amenaza tangible la posibilidad de que la reina aprobase la deposición del rey. La firma nunca se produjo, para desesperación de los comuneros, aunque Tordesillas siguió siendo la capital comunera hasta el 5 de diciembre de 1520, cuando las tropas realistas, comandadas por el conde de Haro, Íñigo I Fernández de Velasco, sitiaron la villa, defendida únicamente por 300 curas soldado reclutados por el obispo de Zamora, Antonio de Acuña. Tras un cruento combate, Tordesillas fue saqueada en una actuación de la que no se libró siquiera el personal al servicio de la reina Juana.
 
 Tras la derrota de Tordesillas, los comuneros decidieron reagruparse en Valladolid, donde acabó estableciéndose la nueva (y tercera) sede de la Junta, con doce de los catorce procuradores originales. Allí se acordó proseguir con la lucha armada, que sufrió un sonoro fracaso en Burgos el 23 de enero de 1521. Aquel frustrado levantamiento marcó el declive de la rebelión y se saldó con la condena pública el 16 de febrero a 249 comuneros, a muerte si eran seglares y a otras penas si eran clérigos, declarando también «traidores, desleales, rebeldes e infieles» a cuantos apoyaran a las Comunidades.
 
Con el afán de levantar el maltrecho ánimo de las tropas, Padilla decidió ocupar Torrelobatón y su castillo, bastión del almirante de Castilla, Alfonso Enríquez, que era entonces «el noble más fuerte de la corona», según apunta la responsable del Centro de Interpretación del Movimiento Comunero, Lourdes Ortega. «Desde Torrelobatón, se controlaba el paso de lana del norte del Duero hacia las ferias de Medina del Campo, que eran las primeras de Europa, y en aquella época la lana marcaba el precio del dinero, con lo cual aquel fue el mayor triunfo de los comuneros», detalla.
 
Asedio. El asedio a la villa se prolongó entre el 21 y el 25 de febrero, y en el ataque a la fortaleza se quebrantó el primer recinto amurallado de la localidad, y se destruyeron pretiles y almenas, dejando muy dañada la parte superior (que sería recuperada en 1538). El pueblo, fiel a la causa realista, sufrió un cruel saqueo del que sólo se salvaron las iglesias y el castillo, que resistió hasta que los comuneros amenazaron con ahorcar a todos los habitantes de la villa.
 
Durante dos meses los comuneros ocuparon Torrelobatón, hasta que Padilla decidió reagrupar las tropas rebeldes en Toro, y abandonó el castillo en las primeras horas de la madrugada del 23 de abril. «En realidad, la última historia de los comuneros, los últimos momentos tan duros que pasaron, los vivieron aquí.
 
Tras conquistar Torrelobatón, Padilla se quedó sitiado, porque las fuerzas realistas estaban en Tordesillas y en Peñaflor. Los realistas no arriesgaron y cuando a él se le agotaba todo no le quedó más remedio que salir, porque no llegaban refuerzos. Así salieron hacia Toro y en Villalar les emboscaron las tropas del rey con el desenlace que todos conocemos», relata Ortega, que desde el pasado mes de febrero preside también la asociación cultural El Castillo.
 
Tras la masacre de las tropas comuneras, bajo una intensa lluvia, se dictó rápida sentencia contra los cabecillas. Como recoge el documento original depositado en el Archivo General de Simancas, tras las confesiones de Padilla, Bravo y Maldonado «los señores alcaides Cornejo, Salmerón y Alcalá les declararon culpables de traición a la Corona Real de estos reinos». Una copia del manuscrito puede contemplarse en Segovia en El Figón de los Comuneros, el restaurante que regenta desde hace tres décadas Luis Nevado, que antes de hacerse con el local fundado hace medio siglo por Aquilino Gómez trabajó 27 años como ‘maître’ en Cándido. «Cuando compré el restaurante todo el mundo me decía que le pusiera mi nombre, porque era conocido en la ciudad, pero quise conservarlo porque siempre me he sentido comunero», apunta Nevado, con una copia del lienzo de Gisbert presidiendo la entrada al comedor de su restaurante.
 
Las represalias contra los líderes comuneros no se hicieron esperar tras el desenlace de la contienda. El emperador ordenó pintar numerosos escudos reales en la capilla mayor de la Colegiata de San Antolín, donde los comuneros de Medina del Campo habían organizado sus reuniones contra él. En Segovia, otro de los nucleos antirrealistas, Carlos V ordenó rebanar las armas de los escudos que presidían las casas de los principales simpatizantes comuneros. La Casa de los Peces, la casa de los Coronel (suegros de Juan Bravo) en plena judería, o la Casa de Alonso Cascales en la calle Trinidad son algunas de las muchas fachadas que aún conservan las huellas de aquella venganza humillante ordenada por el emperador.