Cincuenta años después de que el presidente Lyndon B. Johnson firmara la Ley de Derechos Civiles y cinco años y medio después de que Barack Obama hiciera Historia al convertirse en el primer presidente afroamericano de su país, Estados Unidos sigue sin logra superar sus problemas raciales del pasado.

La esclavitud y la segregación racial han pasado a formar parte de los libros de Historia. Sin embargo, la tensión racial entre blancos y negros continúa presente, como ha quedado demostrado esta semana en Ferguson, en el estado de Missouri, donde la muerte el pasado 9 de agosto de Michael Brown, un joven afroamericano desarmado, a manos de un policía blanco ha provocado violentas protestas. A este suceso se une la muerte de otro joven de color el pasado martes en Saint Louis, en el mismo Estado, también por disparos de un agente, y la detención de 47 personas que participaban en los disturbios.

Para intentar frenar la oleada de incidentes, el presidente Barack Obama envió ayer a la zona al fiscal general, Eric Holder, que viajó con la misión de encontrar una solución al conflicto.

Ferguson es, según Elizabeth Kneebone del think tank Brookings, una localidad donde se reflejan bien las profundas divisiones étnicas y la desigualdad existente entre comunidades.

El paisaje urbano de Ferguson, de 21.000 habitantes, se ha transformado en las últimas décadas. En 1980 el 85 por ciento de la población era blanco, ahora el 67 por ciento es negro. El desempleo ha pasado de menos del 5 por ciento en 2000 a más del 13 en 2012.

Kneebone precisa que la pobreza se ha duplicado en la ciudad, donde uno de cuatro habitantes vive por debajo de un umbral aceptable (se estima que una familia de cuatro integrantes necesita 23.492 dólares anuales para no ser considerada pobre en 2012).

Pero la desigualdad entre ambas comunidades no se limita a Ferguson. Es patente en muchos lugares de Estados Unidos. Para verlo solo hay que pasearse por ciudades como Washington, donde blancos y negros viven en barrios separados y donde las diferencias económicas son elevadas.

Solo uno de cada cuatro afroamericanos (26 por ciento) considera que la vida de los negros ha mejorado en el país desde que en 1964 Johnson firmara la Ley de Derechos Civiles. Si se les pregunta a los blancos, están de acuerdo con esta afirmación el 35 por ciento, según una encuesta de opinión que realizó en 2013 el prestigioso Pew Research Center.

Negro, sinónimo de pobre. Según los datos del censo, en 1959 la tasa de pobreza entre los afroamericanos era del 55 por ciento, tres veces más que entre los blancos. Aunque desde entonces la miseria se ha reducido, ésta sigue afectando de manera desproporcionado. En 2011, el 27,6 por ciento de los hogares de color vivía en la pobreza, casi tres veces más que las viviendas de blancos.

En 1972, la tasa de desempleo de los jóvenes afroamericanos era 2,04 veces la de los blancos. En 2003, era 2,02 veces superior.

Además el 38 por ciento de la población carcelaria de EEUU es negra. Según el Pew Research, los afroamericanos tienen seis veces más probabilidades de acabar encarcelados que los blancos.

La llegada de Obama, hijo de una mujer blanca de Kansas y de un hombre negro de Kenia, en enero de 2009 a la Casa Blanca no parece haber mejorado la situación ni las tensiones raciales.

El mandatario ha pasado en varias ocasiones de puntillas sobre el tema de la raza porque, independientemente de su color, es el presidente de todos. A diferencia de lo que ocurrió en 2013, cuando declaró que el joven afroamericano Trayvon Martin, «podría haber sido yo», en esta ocasión no se ha identificado con Michael Brown.

Obama se ha mostrado cuidadoso para no prejuzgar lo ocurrido antes de que concluya la investigación y con el deseo de que las protestas desaparezcan por completo.