Grecia dejó ayer atrás el tercer rescate del país, en el que durante ocho años recibió asistencia financiera con un total de 288.700 millones de euros en préstamos para evitar la quiebra. 

Durante este período en el que tuvo que aplicar recortes draconianos, sin precedentes en la Unión Europea, la nación perdió el 25% de su Producto Interior Bruto (PIB), la deuda se disparó del 127% a casi el 180% del PIB, y más de un millón de personas perdieron su empleo.

Ante la noticia, el tono del Gobierno fue de moderación y, aunque el viceprimer ministro, Yannis Dragasakis, habló de un día «histórico», la tónica general fue apuntar a los próximos desafíos y recalcar que es el momento de asumir las «responsabilidades» propias. 

«Hay que aprovechar esta oportunidad para curar las heridas» y «poner en marcha una transformación que proteja a la sociedad de futuras crisis», aseguró Dragasakis.

El portavoz del Gobierno, Dimitris Tzanakópulos, se mostró «convencido» de que la población podrá sentir pronto la diferencia de esta nueva etapa y destacó que no se necesitarán nuevas medidas de ajuste fiscal gracias al colchón efectivo de unos 24.000 millones con el que el país pretende cubrir sus necesidades financieras mientras se abre paso en los mercados.

Por otro lado, hizo hincapié en que el Gobierno no necesitará aplicar otro recorte a las pensiones en 2019 para llegar al 3,5 % de superávit primario, una medida acordada con los acreedores que Grecia quiere evitar a toda costa durante esta nueva fase.