"Quiero trabajar por mantener la libertad religiosa"

J.M.M.
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El nuevo obispo de Ávila, José María Gil Tamayo, defiende la necesidad de una "fuerte cohesión social" para hacer mejorar la sociedad abulense

"Quiero trabajar por mantener la libertad religiosa" - Foto: Belén González

josé manuel maíz / ávila

Apenas han pasado dos días después de que José María Gil Tamayo fuese ordenado el pasado sábado como nuevo obispo de Ávila, y ese afán comunicador que le caracteriza –no en vano está a punto de cumplir 25 años como periodista y ha sido portavoz de la Conferencia Episcopal Española durante los últimos cinco años– le ha llevado a la primera oportunidad que ha tenido a acercarse a los medios de comunicación abulenses, y en concreto a Diario de Ávila. En esta entrevista reconoce que llega a una diócesis «viva» pero que tiene que enfrentarse, al igual que la provincia, a grandes problemas como la despoblación y al envejecimiento de sus gentes, de los que no escapa el clero. Yrecalca que para hacerlo frente es necesario que se «aúnen fuerzas», cada uno desde su campo de actuación.

¿Cómo afronta su episcopado?

Con una paz inmensa y grande, con ilusión y con ganas de trabajar. Con ganas de escuchar, porque me sumo a una historia milenaria de servicio, de evangelización, de presencia de Iglesia en una provincia y una diócesis como es Ávila.

¿En qué estado de salud se encuentra la diócesis de Ávila?

A mí todo el mundo me felicita, y por lo que conocía de la Conferencia Episcopal, en la que he trabajado casi 20 años, y del mundo de la comunicación, sé que es una diócesis viva, con iniciativas, con presencia, y sobre todo con el activo de una dimensión de la vida cristiana y de la vida contemplativa, que no solo es una tradición del pasado, gloriosa y universalmente conocida, como la de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, las cumbres de la mística cristiana, que también son realidades presentes. Los monasterio de clausura, los sacerdotes, la presencia en el ámbito educativo, los laicos, creo que es una Iglesia viva.

Estamos ante una provincia envejecida, principalmente en el medio rural, y con un clero que no es ajeno a este problema. ¿Por dónde pasa el futuro para que la Iglesia pueda seguir atendiendo a esos núcleos?

Pasa por una cultura vocacional, pero, y está enlazada, la despoblación, si lo es para la provincia, lo es para la Iglesia. La despoblación lleva consigo el empobrecimiento, el envejecimiento de las gentes, y eso hace que una región y una provincia se desinflen, se fosilicen, y necesitamos aunar fuerzas, cada uno en sus ámbitos. Y la Iglesia está contribuyendo a esa contención de la despoblación. En concreto, en nuestra diócesis, leía en los informes económicos que un 6 ó 7 por ciento del empleo indefinido de la provincia lo genera la Iglesia. Esto es inaudito, no sé si ocurre en otra provincia de España. Luego un peso importante de la generación de empleo y de su mantenimiento, sobre todo en el sector educativo, en esta provincia depende de la diócesis. No sé el aporte de otros sectores o instituciones, pero que la diócesis de Ávila está contribuyendo a evitar esa despoblación es innegable. Está predicando y dando trigo. Predicando en los valores, en la presencia en el medio rural con los sacerdotes, que es heroica. Cuando todo el mundo se ha ido, ahí está el sacerdote, que sigue yendo, viviendo, es una incardinación en una realidad. Nosotros estamos apostando, y seguiremos apostando. Ahora tenemos que conjuntar fuerzas todas las realidades sociales para evitar esto, y haciéndolo atractivo, no sólo con proclamas. Necesitamos iniciativas que hagan atractiva la inversión para que los jóvenes no se vayan. Que el campo no sea un vestigio del pasado en nuestra historia, sino que estemos ahí. Pero sin ayuda de la administración nacional, autonómica, provincial, y también de la Unión Europea, no podremos salir. Sin conjuntar fuerzas, sin solidaridad y sin unión entre todos no se puede parar esto, que nos llevaría a un empobrecimiento absoluto. 

¿Qué debe hacer la Iglesia para incentivar las vocaciones?

Cuando hay familias, hay jóvenes, y el ámbito educativo es el de la cultura vocacional. La Iglesia se dedica a la educación no simplemente por una contribución social, que ya es importante, porque es una manera de realizar una caridad social en el mejor sentido, sino que también lo hace porque quiere extender una cosmovisión. Y en esa cosmovisión, cuando hay una Pastoral Juvenil y jóvenes que palpan en las obras de la Iglesia, que están viviendo el mensaje evangélico, sienten ese atractivo. No hay crisis de vocación, hay crisis de respuesta. No hay crisis de llamada, Dios sigue llamando, pero si las familias no tienen hijos, o sólo tienen uno o dos, lógicamente la generosidad de entrega a Dios en el propio hogar no se está palpando. Segundo, si no hay jóvenes, porque se ha producido un envejecimiento o una despoblación, no hay un relevo generacional, no puede haber vocaciones, y tendrán que venir de fuera, y entonces seríamos tierra de misión.

¿Puede pasar por ahí el futuro de la Iglesia, que tengan que venir más sacerdotes de fuera o que tengan un mayor participación los laicos…?

Aquí, en la Iglesia, cada uno tiene su función. Hay cosas que los curas no debemos hacer porque es tarea de los laicos, del mundo del trabajo, de las acciones sociales, lo que se llaman las realidades seculares. Y hay funciones de los sacerdotes que no puede hacer un laico, pero no porque un sacerdote sea más, sino porque es como si en el cuerpo, y es una imagen bíblica que San Pablo pone refiriéndose a la Iglesia, el ojo no puede hacer la mano, ni la mano las funciones del ojo. Tenemos que hacer cada uno nuestras funciones.

Estamos en una provincia donde la diócesis cuenta con representativas instituciones educativas, una universidad, colegios concertados, la Casa Grande de Martiherrero… ¿En qué línea piensa trabajar en el ámbito educativo?

Tienen un arraigo fuerte, un aprecio por parte de la población, en caso contrario no llevarían tantos años, y en esa línea quiero trabajar, entre otras cosas, por la lucha del mantenimiento de la libertad educativa, que es un derecho de los padres, porque la demanda social nosotros nos la creemos. No se puede ventilar haciendo del ámbito educativo una especie de monopolio estatal, como si fuera un derecho concedido o una libertad otorgada a los padres de la que es depositario primero el estado o la administración. Es un derecho de los padres. Y la libertad educativa, la mejor manera de defenderla, es ejecutándola y facilitándola. Yo quiero que nuestras obras contribuyan al progreso y al bienestar de la sociedad, sobre todo en la formación de las personas, que es el gran activo, pero tienen también una tarea evangelizadora. Quiero que nuestras obras educativas trasladen a la sociedad, en el ámbito de los jóvenes, de los niños, de las familias, de los profesores, la cosmovisión cristiana de la vida, con respeto. Pero quien esté en nuestros centros trabajando sabe que tiene un libro de estilo y un ideario por el que la Iglesia hace aquello. Nosotros no estamos en la educación para competir con otros actores. Estamos para transmitir una visión de la vida, que es la que nace del cristianismo.

Finalmente, ¿qué mensaje lanzaría a la sociedad abulense en general, no ya solo a los cristianos?

Tenemos que tener una fuerte cohesión social, hacer trabajos conjuntos de mejora de esta sociedad abulense. La queja es un elemento para llamar la atención sobre una necesidad, pero no nos puede ocupar más tiempo del necesario y tenemos que pasar a esa cohesión, a aunar fuerzas, porque tenemos realidades que exigen la conjunción de todos. Yo haría un llamamiento al interés general, lo que se llama bien común de la sociedad abulense, y ahí van a tener a la Iglesia, en lo que específico suyo y colaborando también mediante la educación, mediante la acción social caritativa, que es una cuestión fundamental para nosotros. ¿Qué hubiese sido de las personas que todavía padecen las consecuencias de la crisis en la desigualdad, las capas sociales más debilitadas, los desempleados, las familias que viven con menos recursos, si no estuviese Cáritas, o si no hubiese instituciones de la Iglesia? ¿Y qué sería de los ancianos sin esa presencia también?