Del Ayuntamiento al Císter

M.M.G.
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Alberto Castro, funcionario municipal durante 24 años, ha cambiado su vida en el Consistorio por la del Monasterio de Notre Damme del Atlas, en Marruecos

LA historia de Alberto no se escucha todos los días. Es de esos relatos que te dejan con la boca abierta y con mil preguntas en ella para una persona que ha decidido dejar la que ha sido su vida durante 53 años (una vida plena laboralmente y sin ningún tipo de connotaciones religiosas, adelanta) para  entrar a un monasterio cisterciense en Marruecos.

AlbertoCastro era hasta la semana pasada funcionario. Durante los últimos 28 años trabajó cada día al frente delServicio Municipal de Tributos. Pero hoy, mientras usted está leyendo estas líneas, Alberto está ya en Notre Damme del Atlas, un monasterio cisterciense en el que espera vivir y entregar su vida a Dios cada día.

¿Qué ha pasado para que esto ocurra? ¿Cómo una persona con un buen trabajo, un buen sueldo y con la vida hecha decide abandonarlo todo? La explicación nos la da el propio Alberto, que se remonta unos cinco años, al fallecimiento de su padre, para comenzar a narrar su historia.

Cuenta Alberto que tras morir su padre -que a pesar de estar enfermo «se fue de un día para otro»- sintió la necesidad de ir a conocer su pueblo, Baraona (en Soria). «Yo no era capaz de asimilar humanamente la muerte de mi padre, estaba deprimido, y fui a su pueblo en un intento de aproximarme a él, era como un bálsamo para mí», recuerda una época, sin duda, triste para él. Esa noche, Alberto se quedó a dormir en la hospedería del Monasterio Cisterciense de Santa María de Huerta. Pero en aquel entonces no sabía ni lo que era el Císter ni una hospedería. «Nada más entrar, un monje me dio un abrazo y pensé, ‘qué hotel más raro’», se ríe ahora al recordar aquel primer momento en un lugar pensado para el retiro espiritual y la oración. 

Una vez instalado en su habitación, Alberto pensó en salir a dar un paseo. Pero la puerta ya estaba cerrada, así que se unió a los monjes en sus rezos de vísperas. «Allí tuve un encuentro con Jesucristo. Al verle en la capilla me transmitió una paz difícil de asimilar, que no podía con ella. Me identifiqué con ese hombre destruido», cuenta con naturalidad.

Después de aquello Alberto regresó a su día a día. Un día a día que enseguida marcó la enfermedad de su madre. En uno de sus ingresos hospitalarios, Alberto conoció a la hermana MaríaReina, monja concepcionista, con la que empezó a interesarse por la vida de Jesús y por el Evangelio. «Ella insistía en que administrara a mi madre la Unción de Enfermos, pero yo no lo entendía», reconoce Alberto, que finalmente, una noche, con su madre muy enferma ya en casa, encaminó sus pasos hacia SantoTomás, para pedir a un sacerdote que le administrara el sacramento. «Vino el padre Jerónimo y tras administrarle la Unción de Enfermos se instaló una paz tremenda en casa, que permaneció hasta que murió mi madre. Pensé que algo había pasado. No fue traumático. Viví la muerte de mi madre como algo bello», relata Alberto, que desde ese momento estableció una relación de amistad con el padre Jerónimo que le llevó a ir entrando poco a poco en el mundo de la parroquia: primero en un grupo de estudio del Evangelio y después como catequista.

«El día de mi primera confesión se inauguraba la restauración delCristo de Santa Teresa», prosigue su historia. Ante él, cuenta, rezó dos padresnuestros de penitencia. «Ese Cristo me pareció resplandeciente, como yo estaba en ese momento», comparte con los lectores de Diario de Ávila.

Alberto volvió varias veces a Santa María de Huerta a hacer retiros espirituales. «Y vi que la vida monástica me gustaba, me llamaba, me encajaba bien», explica. Tanto le gustó, que realizó un cursillo de vida monástica con el que confirmó que aquello se amoldaba a su forma de ser.

Así que con las ideas ya más claras, aunque siempre sintiendo cierto vértigo por lo que iba presintiendo, Alberto habló con el abad de Santa María de Huerta para ir un paso más allá. «Viví un mes en el monasterio, fue una experiencia durísima, pero perseveré, de lo que alegro», cuenta Alberto, que nos descubre otro de esos momentos que han jalonado su historia y que todos juntos explican su final. «El último día tuve una conversación con un monje y al llegar a mi habitación me había dejado una nota con la ‘Oración del abandono’, de Charles de Foucauld. 

Fue entonces cuando Alberto comenzó a interesarse por la vida de Foucauld, evangelizador en Marruecos, una tierra que él había visitado en varias ocasiones y de la que se confiesa enamorado de siempre.De hecho, en su juventud llegó a estudiar árabe.Como también estudió francés.

Se dio cuenta entonces de que todas las piezas del puzzle de su vida, hasta ese momento sueltas y sin sentido, comenzaban a encajar. «Estuve unos días flotando. Porque sabía que Dios me estaba llamando para ir allí», deja ver una media sonrisa.

Ese «allí» es Notre Damme delAtlas, donde ahora vive y donde sentía que tenía que formar parte. «Es un monasterio cisterciense inspirado por Foucauld», habla sobre un monasterio que es, además, la continuación del monasterio de Thibirinne, en Argelia, donde en 1996 fueron asesinados siete monjes.

«Estoy deseando ir», nos decía el día antes de su partida. Un día de despedidas. Pero despedidas alegres. «Mi familia me ve bien, me ve feliz y ha conocido mi proceso», habla sobre la parte más terrenal de una historia de la que esto que les acabamos de contar es sólo la ‘presentación’. Porque Alberto siente que ahora tiene por delante el ‘nudo’ de la historia. Su vida como monje cisterciense, que pasa por cinco meses de postulado en Marruecos, un año de noviciado en Francia y tres años de profesión temporal, antes de la solemne.

Su vida como monje transcurrirá entre la oración y la atención a los huéspedes que, como él hizo en su día, lleguen a la hospedería del monasterio.

Allí le dejamos. Y él se despide de nosotros con una última reflexión. «Dios actúa, seas creyente o no, y propone, nunca impone. Él dice sígueme y si le sabes escuchar, lo haces. Yo creo que he sabido escucharle, me he dejado llevar. No es algo humano, lo veo con claridad».