Los peligros para la madre tierra

Javier Villahizán (SPC)
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Uno de los principales retos del hombre es conservar la naturaleza, en especial sus hábitats y especies, de lo contrario el planeta se degradará hasta un punto sin retorno

 
La Tierra es ese precioso planeta azul situado en el sistema solar entre Venus y Marte. Ese insignificante astro dentro de la inmensidad del Universo. El lugar donde habitamos y que en pleno siglo XXI se encuentra amenazado por múltiples factores a causa de la pérdida de biodiversidad, como son el cada vez menor espacio vital para muchas especies, el cambio climático, la sobreexplotación de los recursos y la desertización. 
Si no queremos que suceda como en la película de Christopher Nolan Interstellar, en donde el ser humano se ve en la necesidad de buscar otros planetas para sobrevivir porque la casa en la que habita se ha convertido en un lugar irrespirable, contaminado, improductivo y desolado debido a la falta de diversidad en las especies, a las diferencias genéticas y a la escasa variedad de ecosistemas, debemos cuidar, ahora más que nunca, el planeta en el que vivimos. 
La biodiversidad es vida y futuro en un mundo en el que habitan más de 7.000 millones de personas y en el que la producción agraria e industrial está ocasionando cicatrices que serán difíciles de borrar si el ser humano no se preocupa en firme por minimizar su impacto. Por eso, desde Naciones Unidas y desde diferentes organismos internacionales y Gobiernos nacionales se está enviando un mensaje de sensatez para convivir entre todos en armonía y en respecto con el medio ambiente, máxime cuando hoy se celebra el Día mundial de la Biodiversidad.
La disparidad biológica es el término que hace referencia a la amplia variedad de seres vivos sobre la Tierra, así como a los distintos patrones naturales que crea. Es decir, la biodiversidad que observamos hoy en el mundo es el fruto de miles de millones de años de evolución, moldeada tanto por procesos naturales como por la influencia de ser humano. Este conjunto de especies y de ecosistemas es lo que forma el tejido vital del mundo en el que nosotros estamos integrados y del que tanto dependemos.
La amplitud de seres vivos que pueblan la Tierra hace referencia a una extensa variedad de plantas, animales y microorganismos que alcanzan los 1,75 millones de especies identificadas, en su mayoría criaturas pequeñas, aunque los científicos creen que esa cifra se puede elevar hasta los 13 millones. 
A su vez, esta disparidad biológica engloba una gran variedad genética dentro de cada familia, sobre todo en aquellas referidas a variedades de cultivos y a diferentes razas de ganado. 
Además, la biodiversidad se completa con la pluralidad de ecosistemas que existen en el mundo: desiertos, bosques, humedales, lagos, montañas, ríos, valles, tundras o paisajes agrícolas. En cada una de estas comunidades, todos los seres, incluidos los humanos, interactúan entre sí y con el entorno, creando relaciones y vínculos de existencia y de compromiso.
Por tanto, la biodiversidad desempeña un papel primordial en el funcionamiento de los ecosistemas y en los numerosos servicios que proporcionan. Entre estos, se encuentran los ciclos de nutrientes y del agua, la formación y retención del suelo, la resistencia a las especies invasoras, la polinización de las plantas, la regulación del clima, el control de las plagas y también la contaminación. 
 
Beneficios. La biodiversidad es uno de los pilares básicos del beneficio de las civilizaciones humanas. El hombre utiliza los recursos de la naturaleza, más allá del propio suministro de materias primas, para crear industrias tan diversas como la agricultura, la horticultura, la construcción, la facturación de papel y el tratamiento de desechos, además de otras más complejas como la médica o farmacéutica.
No en vano, el humano recurre,  a veces, como también sucede en determinadas culturas o sociedades tribales, a la esencia de la naturaleza para curar enfermedades, salvar los cultivos de plagas o recurrir a la caza y recolección como despensa animal y vegetal.
Es más, la amplia gama de interacciones entre los distintos componentes de la diversidad biológica del planeta es lo que permite que la Tierra pueda seguir habitada por todas las especies, incluidos los humanos. No en vano, nuestra salud individual, el crecimiento de nuestra economía y de la misma sociedad que conocemos del siglo XXI depende como si de tratase de un cordón umbilical de las distintas materias primas, servicios y ecosistemas que nos brinda la madre naturaleza.
Por esa razón es imprescindible cuidar y mantener la biodiversidad existente, porque una perdida de la misma, por pequeña que sea, puede suponer una crisis en el sistema natural. Así, los riesgos para el hombre y para la propia diversidad del planeta pueden proceder por tres vías bien diferenciadas: la destrucción de determinados hábitats, la realización de una agricultura intensiva o la contaminación. 
Las consecuencias de esa pérdida de heterogeneidad tiene efectos negativos sobre varios aspectos del bienestar humano, como la seguridad alimentaria y energética, la vulnerabilidad ante los desastres naturales y el acceso a agua limpia y materias primas. Igualmente, ese déficit también afecta a la salud, a las relaciones sociales y a la libertad de elección. Por eso, es esencial que la sociedad respete la rica variedad biológica de la Tierra aprovechando su potencial pero también ponderando su capacidad.
 
7.000 millones. En base a los conocimientos científicos que se poseen, el hombre debe aceptar que la mayor amenaza para la protección de la biodiversidad es la pérdida de espacio vital. Con una población mundial que hoy supera ya los 7.000 millones de personas y que probablemente antes de mediados de siglo alcance los 9.000, a lo que se sumaría el crecimiento de las economías y de los centros urbanos, la naturaleza y las especies perdería mucho espacio vital. 
En segundo lugar está la agricultura. Actualmente se ha alcanzado ya un punto en el que se nota la pérdida neta de ecosistemas destinados a campos de cultivo. Y al mismo tiempo, en las próximas décadas se deben producir alimentos para 2.000 millones de personas más, al tiempo que se requiere una gran cantidad de agua para mantener las cosechas. 
Por eso, hoy más que nunca, el ser humano debe saber conjugar eficiencia con sabiduría para que el pequeño planeta azul siga siendo lo que es: nuestra casa. Como decía el astrónomo y divulgador científico estadounidense Carl Sagan después de ver la famosa imagen de la Tierra tomada en 1990 por la sonda espacial Voyager 1 a 6.000 kilómetros de distancia, «la Tierra puede no parecer interesante desde este lejano punto de vista, pero es donde vivimos. Todas las personas que has amado, conocido, de las que alguna vez oíste hablar, todos los seres humanos que han existido, han vivido ahí, en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol». A esta oda al hombre habría que añadir una alabanza al resto de especies animales y plantas, microorganismos y ecosistemas, ya que todos ellos forman un conjunto redondo y perfecto y que se llama Tierra.