Mariano ya tiene los 100

A.s.G.
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Aunque natural de San Vicente de Palacios, desde 1945 reside en una ciudad que le ha visto crecer, como él a ella • Junto a Julia, que suma ya los 98 años, mira como centenario una vida dura a la que espera seguir plantando cara

Mariano ya tiene los 100

Entre ambos suman 198 años. 98 los pone Julia, aunque ya no lo recuerda. Su mirada yace perdida, aunque en ocasiones su mente encuentra el resquicio suficiente para aflorar entre recuerdos inconexos. Los otros 100 -y los que le quedan- los pone de su parte Mariano, un centenario más en una ciudad que no le vio nacer, pero si crecer, como él a ella.

Dicen que los años no pasan en balde, y no es para menos. Su mirada profunda, como su carácter, a veces demasiado tenso y recio, aunque forjado en tiempos pasados demasiado duros. Aquellos que mientras algunos, extrañamente, añoran como mejores en su caso dieron forma a una personalidad recia, como el propio invierno y la tierra que le vio nacer. Fue en San Vicente de Palacios, en Valladolid. Zona de pinares, aspera como la tierra pero pobre como el resto de tierras de castilla. Quizás por ello su familia buscó en Asturias, y más concretamente en Olloniego, un pueblo minero cercano a Mieres.

Nació el día de Todos los Santos, un 1 de noviembre de 1914, y se casó en lunes de Carnaval de 1944 con Julia en la Zarza, Valladolid. Al contrario de ahora, no eran tiempos de fiesta. Entonces ya sabía lo que era pasar por una Guerra Civil, un tiempo sin héroes ni grandes hazañas. Más bien de vergüenza y de la que poco deja entrever en sus palabras más allá de las propias anécdotas de quienes corrían «bajo los árboles cuando venían los aviones». Es lo poco que ha contado de aquellos años. A partir de entonces su vida estuvo ligada al ferrocarril como mozo de tren.

Padre de dos hijas, Teresa y María Luisa, abuelo de tres nietos, Javier, Elena y Alberto, y bisabuelo de dos bisnietas, Laura y María. Muchos nombres en una vida en la que va camino de cumplir 70 años junto a Julia. Todos ellos en Ávila. Primero en la calle Fivasa, después en la Travesía Beatriz Galindo, cuando entonces su casa marcaba el límite de una ciudad que en los inviernos aún oía el aullido de unos lobos que entonces llegaban bajo la oscuridad hasta lo que hoy se conoce como la Universidad Politécnica. Lo que entonces eran las afueras, hoy están casi en el centro de la ciudad, la que aún recorre más allá de lo que su edad pensaría como posible. Como el hecho de que aún ambos vivan en su hogar, aunque la ayuda de una persona junto a ellos es una necesidad.

Cien años que se resumen en una mirada desde la que aún rebusca agarrarse a una vida que exprime esperando quizás otro bisnieto, otra boda, otro cumpleaños, otra Navidad... Cuando uno llega a estas edades cualquier ‘otro’ es el mejor regalo. Y fuerza guarda para ello. “Vamos a por otros cien” dice. Pues vamos a por ellos.