El gusto de la tradición

Isabel Camarero
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Varios cientos de personas acudieron a la cita con la matanza organizada por el Ayuntamiento de Navaluenga. Es el tercer año que reedita una fiesta que por supuesto incluyó ricas degustaciones

El gusto de la tradición

Como una gran familia, que es cómo se hacía en muchas de las casas de los pueblos no mucho tiempo atrás, salieron los navalongueños a las 11 de la mañana de este sábado para ser partícipes de la fiesta de la matanza. Es el tercer año que el Consistorio la organiza precisamente en su afán de recuperar o más bien, en este caso, de no perder una tradición que llega con cada invierno.

Horas antes de la fiesta se encargaron de sacrificar al animal con el fin de que estuviera bien ‘oreado’ para poder trabajar más fácilmente con él. La plaza del Ayuntamiento se había ataviado para la ocasión y lo cierto es que a las 11 horas el olor que desprendía la hoguera de leña iba penetrando por cada calle y avisando de que algo se estaba cocinando. Miguel Ángel Nuñez comenzaba su activo relato de lo que allí sucedía y como experto matancero, un implicadísimo Gregorio Rubio ‘Goro’. Afilando los cuchillos «porque es cómo deben estar» procedía al destazado del cerdo, ayudándose también de un hacha y una maceta para las zonas de hueso más costosas.

Descabezado primero, abierto por la mitad lucía el puerco ante un público curioso que no se olvidó de usar la cámara: no pocos inmortalizaban en fotografías los pasos de una matanza tradicional y otros tantos lo plasmaban en vídeo con sus smartphones o sus tablets, por supuesto los fotógrafos profesionales de la zona no omitieron detalle. Sobre una mesa de trabajo,  el majestuoso ejemplar de 210 kilos aproximadamente iba siendo despiezado ante la cara de sorpresa de los más pequeños, algunos se atrevían incluso a jugar con la cabeza del cerdo de la que luego se aprovecharía la careta, el morro, las orejas y hasta la lengua, todo un manjar pero que cuesta mucho que cure bien «porque rápido se agusana».

Costó que saliera el espinazo con su rabo; no menos el costillar y los lomos. Con estos últimos ahora se pone menos cuidado pero antaño era importante desligarlo limpiamente de las pancetas; al lado de éstas el rico tocino para hacer los no menos suculentos torreznos a lso que esperaba el adobo. Y mientras unos destazaban otros preparaban  las tripas para embutir chorizos, chorizos que después todo aquel que estuviera entre el público y se quisiera llevar uno pudo hacerlo.

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