El optimismo del presidente

PILAR CERNUDA
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El jefe del Ejecutivo, Mariano Rajoy, que se siente muy cómodo con la nueva Ejecutiva de su partido, tiene ante sí la difícil tarea de remodelar una lista con candidatos que atraigan el voto

 
No está cansado como alguno de sus ministros, explica alguien que trabaja muy codo a codo con el presidente. Tiene buena salud, hace ejercicio y está en forma. Sin embargo, le entristecen y preocupan los resultados de Cataluña, o que no se reconozca el esfuerzo que ha hecho su Gobierno para superar la crisis económica, o que el independentismo se haya asentado en un sector de la sociedad catalana y se le haga a él responsable de ese sentimiento, cuando viene de atrás. Y le ha dolido el comunicado de Aznar que le atacaba frontalmente. El propio mandatario expresaba su malestar en la entrevista con Gloria Lomana del pasado jueves: «A la gente le hablo a la cara, no a través de comunicados».
Pero se encuentra en forma para ganar el 20 de diciembre. Sabe que no lo tiene fácil pero va a pelearlo. Cree que si se empeña, encuentra los candidatos que cuentan con más simpatía, plantea una campaña imaginativa en la que piensa dejarse la piel, y no responde a las provocaciones de sus adversarios, con las que cuenta, puede continuar siendo presidente. 
También es consciente de que cualquier resultado va a ser peor que el anterior -es imposible repetir los 186 diputados actuales-, por el desgaste de un Gabinete que ha tomado decisiones muy duras para los españoles, a los que no se ha explicado bien la necesidad de tomarlas, y porque, además, han aparecido nuevos contrincantes, aunque Podemos no le quita un voto al PP. Pero Ciudadanos sí. Al gallego  le han dejado sus gurús el informe sobre el resultado de Cataluña, y un número considerable de sus votantes se han ido a la formación de Albert Rivera, y es posible que en las generales ocurra lo mismo. Aunque esos expertos le cuentan que los electores no se manifiestan de la misma manera en las generales que en las autonómicas.
En estos tres meses que quedan por delante, va a seguir volcado en el partido, como ha hecho desde que se celebraron las municipales y autonómicas, y comprendió que tenían razón los que le advertían que mal le iban a ir las cosas al PP si el líder conservador no dedicaba más tiempo al trabajo con la gente de Génova. Se siente cómodo con el nuevo equipo, muy cómodo.  Cambia impresiones constantes con todos y cada uno de ellos, aunque más con la secretaria general, María Dolores de Cospedal, y con el vicesecretario Javier Arenas, con el que, además, de una excelente relación personal, de una confianza plena, es una persona que conoce bien las entrañas políticas.
Una de las decisiones que se tomarán en los próximos días es la de tender puentes hacia partidos regionales, con los que podrían unificarse listas tras la experiencia última de comprobar cómo las rupturas con Unión del Pueblo Navarro, Foro Asturias o el PAR han sido provechosas para los adversarios. 
Por otra parte, Rajoy pretende también que tengan más protagonismo los miembros del Ejecutivo con mayor aceptación social, así como las nuevas figuras de la nueva cúpula. El ministro de Sanidad, Alfonso Alonso, se volcará con Javier Maroto en un País Vasco donde los populares han retrocedido de forma alarmante. Voces cualificadas de Génova reconocen ahora que fue una mala operación relevar al vitoriano como portavoz parlamentario, porque es un hombre brillante de verbo que además se lleva bien con todo tipo de interlocutores, lo que no ocurre con Rafael Hernando.
 
De Cospedal y Santamaría. Además, serán muy visibles en la campaña Soraya Sáenz de Santamaría –probable número dos de la lista madrileña, aunque también De Cospedal aspira a ese puesto-, Ana Pastor, José Manuel García-Margallo y Rafael Catalá, los ministros más valorados. A los que podría sumarse el nuevo titular de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, que ha resultado una sorpresa en positivo por su espíritu dialogante y su sentido del humor. 
Eso no significa que el resto de Gobierno sea ajeno a la campaña. Bien porque sus carteras no provocan las mayores satisfacciones en la ciudadanía, bien por su carácter menos expresivo.
Volviendo a los comicios catalanes, en la Ejecutiva del lunes pasado se intentó poner al mal tiempo buena cara, recordando que la previsión era que el PP, que tenía 19 escaños, no alcanzaría más allá de seis, y, sin embargo, el cambio de candidato y una campaña en la que todo el mundo se había volcado, hizo cambiar el panorama. Van a intentar que no continúe la fuga de votos a Ciudadanos, pero lo que más le preocupa al Gobierno es el desafío independentista de Mas.
 
Por escrito. Rajoy no confía en la palabra del dirigente de Convergencia. Hasta agosto de 2013, mantuvieron un diálogo fluido a pesar de las discrepancias, pero el gallego había quedado especialmente satisfecho de ese encuentro en La Moncloa porque Mas afirmó que cumpliría con la ley y que, por tanto, su proyecto se plantearía con la necesaria serenidad y cuando se dieran determinadas condiciones para plantearlo. Esa es la versión del presidente, que, sin embargo, se vio sorprendido cuando, al regresar a Barcelona, su invitado dio una interpretación distinta. Desde entonces, el conservador solo quiere comunicarse por escrito con el catalán, para que quede constancia de lo que propone y lo que responde a las ofertas del de CDC.
 Por tanto, al presidente le preocupa el papel que juega los conservadores en Cataluña y cuántos escaños puede aportar al nuevo Congreso de los Diputados, pero lo que considera esencial es tener una respuesta a las iniciativas que tomen las plataformas independentistas. Este desafío influirá en la campaña electoral. Para tratar de remontar el declive, quiere dar una vuelta a las listas electorales.
La guerra de las mismas desazona a un Rajoy que huye de lo que él llama líos, porque hay que prescindir de personas que se sienten con derecho a seguir, se deben tener en cuenta situaciones personales que, a veces, son angustiosas, hay que explicar a individuos de lealtad incuestionable que es necesario que den un paso atrás y, además, siempre con visión política para adivinar quiénes son los nombres apropiados para atraer votos.
Este dilema se vive en todos los partidos, pero afecta fundamentalmente a Mariano Rajoy porque lleva en el PP desde que tenía 26 años, y conoce muy bien a todos los hombres y mujeres a los que tanto debe su bloque, y que ahora deben pensar en la retirada para dar paso a una nueva generación.