El Santísimo Cristo de las Batallas partió de la iglesia románica de San Pedro, cargando con el peso de la Cruz, para recorrer el corazón de Ávila arropado por los miembros de su hermandad y por cientos de fieles que formaban un largo pasillo a su paso. La sobriedad marca esta procesión en la que el silencio era únicamente roto por el sonido de los tambores, un cornetín y las campanillas que hacían sonar los cofrades vestidos con túnica y capirote negros, ribeteados con el inconfundible color rojo de la Cruz de Santiago.